quarta-feira, 30 de julho de 2014



Para evitar o fracasso, as decisões devem antes de mais nada ser meditadas, com as suas conseqüências. Imagina-as como uma rede de energias, com forças que se cruzam, se amplificam ou se combatem. Tu és o centro delas. A única nascente. É preciso iluminar o obstáculo muito longe, antes de o enfrentar, compreender o seu mecanismo de funcionamento, para não ser surpreendido e vencer as suas armadilhas.

DUGPA RINPOCHÊ

segunda-feira, 28 de julho de 2014

FOTO


SAMUEL PRADO

Há quase quarenta anos _

 
 
Na primeira gaveta da mesa de cabeceira
alguns papéis escritos e uma fotografia antiga
Algum pó desfeito nas paredes da casa
e uma aliança que seguro  entre os dedos

As árvores
naufragas de si mesmas
há quase quarenta anos

 
 
Samuel Prado

SEBASTIÃO SALGADO


domingo, 27 de julho de 2014

CASA TOMADA

Casa tomada[Cuento. Texto completo.] Julio Cortázar
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

SEBASTIÃO SALGADO


MORRE RONALDO MOURÃO

MORRE UM CIENTISTA

Palavras semanais de Sabedoria - Khenchen Thrangu Rinpoche

Palavras semanais de Sabedoria - Khenchen Thrangu Rinpoche

 
Palavras semanais de Sabedoria - Khenchen Thrangu Rinpoche

Khenchen Thrangu Rinpoche
Inspirado trechos da vasta coleção de ensinamentos e livros de Rinpoche.

27 jul 2014 ...

Eu gostaria de salientar que o aumento da sua presença de espírito e cultivar a estabilidade do shamata não deve limitar-se a sessão de meditação. Devemos tentar ser mais conscientes em todas as situações e em todos os momentos em nossas vidas.

Trecho: Canções de Naropa, página 121 (Rangjung Yeshe Publications)

Inspirational excerpts from Rinpoche's vast collection of teachings and books. Inspirado trechos da vasta coleção de ensinamentos e livros de Rinpoche.
July 27, 2014 27 jul 2014

I would like to stress that increasing one's presence of mind and cultivating the stability of shamatha should not be confined to the meditation session. Eu gostaria de salientar que o aumento da sua presença de espírito e cultivar a estabilidade do shamata não deve limitar-se a sessão de meditação. We should try to be more mindful in all situations and at all times in our lives. Devemos tentar ser mais conscientes em todas as situações e em todos os momentos em nossas vidas.
Excerpt from: Songs of Naropa, page 121 (Rangjung Yeshe Publications ) Trecho: Canções de Naropa, página 121 (Rangjung Yeshe Publications)

sexta-feira, 25 de julho de 2014

PICASSO


DIAS DE OURO


A INVENÇÃO DA SANTA


A INVENÇÃO DA SANTA

ROGEL SAMUEL


A leitura do excelente livro de Almir Diniz, “O pitoresco e o hilariante na imprensa” (São Paulo, Scortecci, 1997) me trouxe a lembrança de um caso ou lenda que se contava há muito tempo de famoso repórter amazonense que inventou uma santa.

Ele estava precisando de um furo para assegurar o seu lugar no jornal e por isso resolver inventar uma notícia espetacular: foi a um subúrbio de Manaus, encontrou uma velhinha pobre que morava sozinha num casebre, deu-lhe um dinheirinho e lhe disse:

– Minha senhora, a senhora diz que viu uma santa!

– Que santa?

– Uma santa sobre aquela árvore no quintal...

– Mas eu não vi nada!

– Mas diga que viu, diga que viu, para quem aparecer por aqui a senhora tem de dizer que viu, e juro que vou ajudar a senhora.

– Mas...

– Combinado?

– Está bem, está bem, disse a inocente e boa velhinha, que ganhou mais umas moedinhas.

No dia seguinte apareceu a manchete: “Santa misteriosa aparece e cura velhinha”. E a matéria se estendia numa intrigante aparição luminosa de uma dama vestida de branco.

O pior veio depois.

Imediatamente após a notícia começou a aparecer muita gente na casa da velha, com doentes trazidos de longe, aleijados de muleta, cegos, crianças, maridos traídos, meninas em busca de noivos, desempregados em busca de emprego, vendedores ambulantes... enfim um espetáculo alimentado diariamente pelo jornal.

Mas a polícia foi acionada, outros jornais apareceram e a coisa ficou feia e perigosa.

Não adiantou o repórter desmentir dizendo que foi uma brincadeira.

Pois pessoas chegavam ao local e gritavam e desmaiavam, choravam e caíam de joelhos no chão, pois clamavam que estavam vendo, estavam vendo...

E a “santa” começou realmente a ser vista por sobre a árvore e a fazer milagres.

Por pouco o repórter não perdeu o emprego.

Talvez tenha sido por um milagre da santa.

MEU LIVRO NA BIBLIOTECA PÚBLICA DE MANAUS

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Rogel Samuel encontrei, hoje, o teu livro na Biblioteca Pública do Amazonas. Abraços!
Foto: Rogel Samuel encontrei, hoje, o teu livro na Biblioteca Pública do Amazonas. Abraços!

 

LEIA NOSSA COLUNA QUINZENAL EM BLOCOS ONLINE

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http://www.blocosonline.com.br/literatura/prosa/colunistas/rsamuel/rsindex.htm


quinta-feira, 24 de julho de 2014

6 DE MAIO DE 1960

6 de maio de 1960

GEORGIA

The Georgian and EU flags are projected onto the wall of the Metekhi Church in Tbilisi, Georgia in June of 2014. The projection took place during a concert marking the signing of the association agreement between the country and the EU. In recent years, Georgia has been fostering closer relations with Europe.
Foto: The Georgian and EU flags are projected onto the wall of the Metekhi Church in Tbilisi, Georgia in June of 2014. The projection took place during a concert marking the signing of the association agreement between the country and the EU. In recent years, Georgia has been fostering closer relations with Europe.

quarta-feira, 23 de julho de 2014

Estão se adiantando

Estão se adiantando 

 
Eles estão se adiantando, os meus amigos.
Sei que é útil a morte alheia
para quem constrói seu fim.
Mas eles estão indo, apressados,
deixando filhos, obras, amores inacabados
e revoluções por terminar.
Não era isto o combinado.

Alguns se despedem heróicos,
outros serenos. Alguns se rebelam.
O bom seria partir pleno.

O que faço? Ainda agora
um apressou seu desenlaçe.
Sigo sem pressa. A morte
exige trabalho, trabalho lento
como quem nasce.

                      Affonso Romano de Sant'Anna



PUBLICADO EM BLOCOS ONLINE

NA ESTANTE VIRTUAL

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terça-feira, 22 de julho de 2014

GEORGIA

The Georgian and EU flags are projected onto the wall of the Metekhi Church in Tbilisi, Georgia in June of 2014. The projection took place during a concert marking the signing of the association agreement between the country and the EU. In recent years, Georgia has been fostering closer relations with Europe.

NOVO BLOG

segunda-feira, 21 de julho de 2014

CARTA DE MESTRE ALCEU


CARTA DE MESTRE ALCEU:
Petrópolis, 1-4-81
Meu caro colega Rogel

Muito obrigado pelo livro em caminho. Já o folheei. Comecei pelo fim como recomendou. Como você começou na nossa vela Faculdade, hoje é o velho professor que está no fim orgulhoso do antigo aluno e não arrependido do que lhe tenha dado. Hoje trocamos de lugar, você na cátedra, eu na assistência.
Do velho
Alceu

["Tradução" da letra de Alceu por A.C. Villaça].

domingo, 20 de julho de 2014

ALCEU AMOROSO LIMA


 
 
ALCEU AMOROSO LIMA

 

ADEUS À DISPONIBILIDADE LITERÁRIA

 

NÃO é sem certa emoção, asseguro, que tomo do lápis para recomeçar, ainda uma vez, êste velho rodapé.

Foi precisamente há vinte e cinco anos que, encontrando acidentalmente Renato Lopes, na Avenida Rio Branco, numa clara manhã de março de 1919, convidou-me êle para tomar a seção de “Bibliografia” no jornal que tinha em mente fundar. Queria fazer, dizia-me, um jornal dos “tímidos”, dos inéditos, dos não jornalistas profissionais, dos amadores de boa vontade. E citava os nomes de Manuel Amoroso Costa, de Miguel Osório de Almeida, de Delgado de Carvalho, e outros que iria convidar, para trabalharem e colaborarem junto dele, de Bertino de Miranda, de Arrojado Lisboa, de João Lopes.

Outro, bem outro que o de hoje era o ambiente social e literário em que ia encetar urna faina, aceita então com o alvorôço da mocidade e hoje retomada no limiar das últimas etapas, depois de várias interrupções em que nela figuraram três nomes que lhe deram um brilho que faltava ao seu iniciador, Agrippino Grieco, Otávio Tarqüínio de Sousa e Rodrigo Melo Franco de Andrade. Três circunstâncias influem, nitidamente, para marcar o contraste entre 1919 e 1944: a Conversão, o Tempo e os Acontecimentos.

A primeira, ocorrida nove anos mais tarde, ia ser, para alguns, uma “decepção”. Deveria ser mais do que isso, uma despedida. Não o foi entretanto. Tornou-se apenas uma passagem da disponibilidade ao ancoramento. Será preciso advertir que o ancoramento cristão é coisa muito diversa da imagem náutica correspondente? Converter-se não significa parar, mas apenas saber para onde segue a viagem.

No seu panegírico de S. Bento, escreveu Bossuet que—”Tôda a doutrina do Evangelho, tôda disciplina cristã, tôda perfeição da vida monástica, está contida inteiramente numa só palavra Egredere: sai.. “—de tal modo se nos ordena caminhar sem descanso, que nem mesmo em Deus nos é permitido repousar, pois se acima d’Ele nada podemos pretender, há sempre n’Ele novos progressos a fazer.

Converter-se, mesmo imperfeitamente, é compreender o sentido da viagem empreendida e ter mais nítida a noção de nossa condição de “viajantes”.

Para muitos, porém, que assistem de fora, a aventura é apenas perder a liberdade. No caso, era sacrificar totalmente a independência do critico à disciplina, quando não, ao partidarismo do crente. Se o fiz, fiz mal. Terei sido mau crítico e mau crente. Pois nenhuma exigência intrínseca pedia o sacrifício da mínima parcela de liberdade. Saber onde está o Caminho não é nunca impedir a circulação por todos os caminhos. Ao contrário, é facilitar tôdas as excursões, sem perigo de se perder por elas, desde que se tenha sempre em mente o traçado do roteiro autêntico. Já tenho quinze anos de experiência da nova fase. E posso afirmar sem hesitação que, por mim, me sinto hoje tão livre, ao menos, quanto o era no dia em que, há vinte e cinco anos, redigia, sem nenhuma posição filosófica ou religiosa definida, a primeira destas crônicas bibliográficas. Bem sinto que mudei muito, como muito mais ainda mudaram as coisas e talvez os homens que me cercam. Bem sinto procurando o que havia de mais estável no fundo das intenções de outrora, antes de l928—ter sido um ideal puramente cultural o que então me animava a escrever. Hoje, coloco êsse ideal cultural como uma etapa, apenas, de um caminho mais longo; como uma estação intermediária de um ponto final mais alto e mais distante. Essa a mudança capital que a Conversão penso ter operado no crítico totalmente disponível, em 1919, que fazia da Cultura um valor em si. Digo mal, um fim em si, pois não falta à cultura um valor em si. O que lhe falta, como seria se fôsse um fim último, é ser medida de todos os valôres. Cultura é passagem para um Bem mais alto. Ultrapassar, porém, não é nem desconhecer, nem diminuir. No caso, foi apenas valorizar. Foi dar à Literatura um sentido mais digno e mais nobre. Foi conceder-lhe uma responsabilidade maior. Foi sentir, de mais perto, o seu contacto com tôda a vida. E foi até, posso afirmá-lo lealmente, urna compreensão muito mais ampla da liberdade literária. Pois sempre que não colocamos a disciplina, a Regra, na eminência supraterrena, em que deve pairar, a conseqüência é a multiplicação temporal das “regrinhas” efêmeras e dos preceitos acidentais. Sabemos todos não haver autoridade mais rígida, do que aquela que tem a consciência de sua precariedade. Só não abusa da fôrça quem a tem em sua plenitude ou quem sabe, pelo menos, onde está essa plenitude. Eis o sentido da palavra tremenda da Escritura: “Veritas liberabit vos”. É a verdade que nos torna livres. Pois só ela nos desliga da servidão aos sofismas e aos régulos.

Se não havia, na conversão do crítico, uma perda da liberdade quanto às idéias, poderia havê-la quanto às pessoas. Ainda aqui rejeito a objeção. Crer é ser intolerante quanto aos fundamentos da Fé. Mas é abrir o coração, do modo mais amplo, a todos os que erram e a todos os que pecam, a todos os que falam e a todos os que escrevem. Pois a conseqüência da Fé, quanto às pessoas, é colocar a Caridade, como o fêz 5. Paulo, acima de tôdas as virtudes. E caridade é compreensão, é antecipação, é sempre sair de si mesmo, egredere, como dizia Bossuet. Se o crítico perdeu a compreensão quanto às pessoas, se foi mais estreito, mais mesquinho, mais intolerante nos seus juízos—errou de nôvo, como crítico e como crente. Pois na base de uma e de outra atitude, só há uma fôrça libertadora e invencível—é o Amor. “Crítica é Amor”, dizia Hello. “Crer é Amar”, dizia Santo Agostinho.

Ainda aqui a Conversão, como a graça, não podia alterar a natureza. A não ser que fôsse mal compreendida e mal praticada. Se o foi, a culpa é do crítico. Não da sua conversão. Esta só podia e só devia ter-lhe aberto os olhos e libertado a palavra. Por isso é que posso repetir, sem sombra de dissimulação:—sinto..me hoje ao menos tão livre, para a crítica literária, como no primeiro dia em que, sem rumo consciente, comecei estas crônicas.

Se algum laço nôvo me tolhe essa liberdade, não é da Conversão que me vem e sim daquele segundo elemento que vejo interpor-se entre hoje e 1919—o Tempo.

Viver é durar. Durar é aderir às coisas e aos homens. É desprender-se, cada vez mais dificilmente, de uns e de outros. Daí haver, na velhice, um apêgo muito maior à vida, do que na mocidade. As crianças falam rindo da morte. Os moços arriscam fàcilmente a vida. Os homens maduros começam a temer a velhice. E os velhos se apegam desesperadamente à existência. Só os moços se suicidam. Só êles desdenham a vida e enfrentam a morte. Envelhecer é, portanto, apegar-se aos homens e às coisas. E com isso, perder a liberdade.

O tempo nos torna, dia a dia, mais escravos da vida. E por isso mesmo nos encarcera entre amizades, preconceitos, escrúpulos, temores, que a mocidade desconhece.

Há, portanto, muito mais a temer da mão do tempo do que da mão de Deus. Esta é que nos liberta. Aquela a que nos consome e serviliza. Saber envelhecer é, por isso mesmo, a mais difícil e a mais necessária das artes. Pois é aprender a desligar-se dos laços crescentes a que o tempo nos vai acorrentando.

Vinte e cinco anos se passaram desde o dia inicial desta secção. Nesses cinco lustros o trabalho do tempo foi, como sempre, inexorável e incessante. E, como sempre, contraditório ao trabalho da Conversão. Pois enquanto esta nos traz a volta à mocidade, pela Esperança e à alegria pelo Desapêgo—o Tempo nos leva impiedosamente às mesquinhas satisfações do quotidiano. Henri de Regnier tem razão, se acaso o Tempo fôr o único senhor: “vivre avilit”. iS o Tempo que tira ao crítico a sua independência, pelo amor às situações adquiridas, pelo respeito às relações pessoais, pelo temor de desagradar a êste ou àquele, pelo ceticismo, pelo comodismo, pela indiferença que traz consigo às nossas almas desarmadas contra a sua tirania crescente.

Cinco lustros representam, sem dúvida, o pêso terrível do Tempo sôbre uma existência. Contra êle é que é mister defender-se. Nêle está, realmente, o perigo de uma invencível decadência. Procurarei, na medida do possível, remediar essa passagem, pela análise da sua ação corrosiva. E procurando, por outro lado, o que pode haver, no próprio Tempo, de sadio pela eliminação de cedas escórias com que os extremismos da mocidade tornam a crítica mais uma aventura e um debate pessoal, do que uma serena e objetiva comunicação de idéias e transposição de formas. O que perde em vivacidade poderá ganhar em serenidade. O que perde em inde­pendência, com a inevitável série de considerações pessoais a ter em conta, pode ganhar em justiça, pois à medida que envelhecemos somos mais inclinados a ornar as coisas como são e não como quisera que fôssem o nosso dogmatismo juvenil.

Nesses vinte e cinco anos, não foi apenas a Conversão que dividiu em dois uma existência, não foi apenas o Tempo que envolveu a nossa vida nessa rêde sutilíssima de laços invisíveis de que só uma vigilância contínua nos consegue livrar. Foram, também, os Acontecimentos que se desencadearam sôbre o mundo, de modo imprevisto. Em 1919, o mundo saía de um pesadelo. A nossa geração, marcada pela guerra e pela revolução, que a havia arrancado à displicência de 1913, entrava num período eufórico de esperanças na Paz, que iria trazer ao Ocidente mais felicidade, ao Brasil mais consciência de sua personalidade nacional e à obra literária um horizonte mais vasto de realizações. Foi então a aventura modernista, que em 1919 apenas bruxuleava em várias insatisfações pessoais e em 1922 ia explodir numa onda coletiva.

1919-1939 foi um vintênio que contará de modo decisivo, na história da humanidade. Liquidaram-se as esperanças de 1918 e prepararam-se as catástrofes de 1939 em diante. Hoje estamos, de nôvo, em plena tormenta. Uma tormenta incomparàvelmente mais radical que a de 1914 a 1918. A nova guerra representa uma revolução muito mais profunda. Revolução em que todos os valôres se acham em jôgo e de que vai nascer na opinião de alguns, um mundo novinho em fôlha e, segundo outros, um mundo em que os valôres da vida e da morte, da verdade e do êrro, do sofrimento e da alegria, vão de nôvo opor-se de modo mais patético que nunca. Sou naturalmente dêsses últimos. Já o tenho dito tantas vêzes que e inútil repetir.

Os acontecimentos desencadeados sôbre o mundo arrastaram, de modo invencível, os destinos da literatura. Uns ainda a consideram como uma atividade acadêmica, que se processa friamente ou sentimentalmente pelo arranjo de certas formas, pela evocação de certas imagens, pela aproximação de certos conceitos. Quando não pela conquista de certas posições.

Outros a vêem colocada, em pleno desencadear dos aconteci­mentos, trazida para a arena, arrastada pelos cabelos, supliciada, solicitada por tôdas as paixões, por todos os fanatismos que hoje mais do que nunca se desencadearam de todos os quadrantes e ameaçada por tôdas as corrupções como capaz de tôdas as redenções.

Estou naturalmente entre êsses últimos. E justamente por sentir vivamente que a literatura é o oposto de um divertimento mundano e, hoje mais do que nunca, está participando vitalmente dos acontecimentos do mundo, é que a julgo digna, como jamais, de merecer a nossa dedicação.

Dela nada espero. Continuo hoje, como há vinte e cinco anos atrás, a ser apenas a seu respeito aquêle amador de boa vontade, a que um amigo fazia apêlo para o seu jornal. Se de alguma coisa me envaideço, nesses cinco lustros tão escassos em motivos de envaidecimento pessoal, é de nunca me ter deixado enfeudar pelo demônio da literatura. É de nunca me ter deixado profissionalizar. Considero-me tão alheio a qualquer espécie de grupo, de escola, de corrilho, de capela literária, de academismo, ou de antiacademismo como ao iniciar estas atividades. Por mais que a má fé de uns ou a ilusão de outros queiram atribuir-me êste ou aquêle partidarismo, esta ou aquela facção, posso afirmar, perante Deus, que me sinto ainda nisso tão livre como outrora.

Há uma disponibilidade a que não disse adeus—a da minha consciência liberta de compromissos de ordem profana. E o terreno literário é de ordem profana. Nêle me sinto, como em 1919, guiado apenas pela vontade de bem servir honestamente, sem ilusões quanto às possibilidades, mas sem compromissos de espécie alguma, o que me parece digno de ser servido. Há hoje, em campo, o que não havia em 1919—uma crítica literária ativa e bem dotada de algumas personalidades acima do comum. Em 1919 era quase o vácuo, Os grandes críticos do naturalismo haviam passado. Ainda não haviam nascido, ou estavam nos bancos escolares, os futuros grandes críticos do modernismo. Era o terreno livre para uma tarefa fácil. Hoje, é o campo ocupado para uma tarefa difícil. A literatura se tornou muito mais complexa. Houve uma revolução de formas exteriores. Houve também outra revolução de formas profundas. O ambiente de batalha e não mais o ambiente de armistício, como em 1919, é o que domina por tôda parte. O próprio lirismo cheira a fumo. As letras são cada vez menos uma jóia parnasiana, uma alegoria simbolista, ou uma aventura modernista —para serem a expressão mais viva do sangue, do suor, da poeira e das lágrimas em que o maior dos estadistas vivos resumiu suas esperanças, no momento mais trágico desta luta de vida e morte.

Na hora em que o veneno contra o qual se lançaram as fôrças da Liberdade, ameaça atingi-las a elas próprias, pelo nôvo Munique que se prepara no terror das Fôrças desencadeadas se a tempo não reagirem—os horizontes literários se cobrem do clarao dos incêndios e não dos “dedos de rosa” da aurora homérica de 1919.

Os acontecimentos marcaram e continuam a marcar os novos tempos com as garras de sua mão de aço. A literatura está empenhada, hoje em dia, na grande e trágica aventura da própria civilização. E por isso mesmo é muito mais empolgante a volta à liça ensangüentada de hoje, do que o foi, há vinte e cinco anos passados, a entrada na areia branca do terreno baldio de então. A ela não trago, nem mais nem menos, do que trazia naquele tempo. Trago a mesma alma, embora marcada pela Conversão, pelo Tempo e pelos Acontecimentos; o mesmo desejo de fazer, com honestidade, uma tarefa adequada à mediocridade dos meios de que disponho.

“Não discutir, construir”, continua a ser o lema a que há muito tem procurado ser fiel uma natureza que não alimenta ilusões a seu respeito. Volto ainda com menos ilusões. Mas, com o ânimo cada vez mais disposto a dar o pouco que tenha sem reservas e sem secretas intenções.

Quanto tempo durarão êstes últimos estudos?

Só Deus o sabe. Retomo-os com a disposição de sempre, no próximo dia em que tôda a natureza e a humanidade que crê celebra a maior festa da Cristandade. A essência do cristianismo se reduz a duas palavras: —Morte e Ressurreição. Hoje comemoramos a festa suprema da Ressurreição que é para nós a medida da Morte. O que ela nos traz—no meio das trevas mais terríveis que nos cercam e das ameaças, ainda mais trágicas, que o futuro talvez nos reserve, é a certeza da vitória final do Bem e da Verdade.

Neste espírito de ressurreição e de vida é que retomo a tarefa interrompida, com o mesmo ânimo de outrora e uma consciência ainda mais nítida, do nosso dever de presença. O futuro dirá por quanto tempo e de que modo. Loué par les uns, blamé par Les autres... Que importa? Os bons amigos são a alegria de nossa vida. E os bons inimigos tão necessários à nossa obra, como ao Estado uma boa oposição. Cultivo os meus com o carinho com que Candide cultivava o seu jardim no fim da vida...

E agora, a uns e a outros, digo de todo o coração: mãos à obra.

 

Ao retomar contacto, neste rodapé, com a literatura em sentido mais estrito, isto é com a prosa de ficção e a poesia, como pre­tendo fazer, não creio seja deslocado lembrar ou relembrar o ponto de vista crítico em que me coloco. Será, porventura, um dever para com os autores e os leitores. Um dos erros do nosso tempo é o que poderíamos chamar—a metafísica implícita. 12 agir, consciente ou inconscientemente, de acôrdo com um ponto de vista, com uma concepção geral da vida e, portanto, de acôrdo com uma metafísica, sem entretanto confessá-la ou mesmo sem procurar conhecê-la. Assim como Monsieur Jourdain fazia prosa sem saber o que fazia, assim também todo mundo faz metafísica sem saber ou sem querer. Mesmo quando afirma que não o faz, dizia Aristóteles, pois negar um pensamento “para lá da física” é ter uma metafísica.

É assim que tôda crítica supõe uma filosofia da vida. Quando mais não seja a filosofia de não ter uma filosofia da vida, o que é mesmo o ponto de vista mais corrente.

Em suma, penso que um dos deveres primordiais de quem escre­ve, como aliás de quem procura viver decentemente, é jogar um jôgo franco. É procurar não se iludir nem iludir os outros. É fugir das metafísicas implícitas ou disfarçadas e pôr as cartas na mesa, como se diz numa linguagem tão em moda nos dias que correm...

Começarei, portanto, dizendo quais as modalidades de crítica que não pretendo fazer, para depois esboçar as linhas gerais, do que desejaria empreender. Ë oportuno, aliás, recordar antes de tudo, a famosa frase do Cardeal Lavigerie a quem perguntavam o que faria se lhe dessem uma bofetada: “O que eu devia fazer eu o sei; o que faria, porém, ignoro”.

Oito são as modalidades de crítica literária, que me esforçarei por não fazer, que a tôdas considero condenáveis ou parciais. Quatro de plano inferior e quatro de plano superior.

As quatro modalidades de crítica literária inferior, a meu ver, são: a eclética, a pessoal, a partidária e a gramatical.

A crítica eclética é a que não parte de qualquer orientação definida. Ë a que fica na superfície das obras, nos caprichos do momento, na obediência à moda, na facilidade de tudo aceitar ou rejeitar de acôrdo com preferências puramente opinativas e ocasionais. Ë a feição detestável do amadorismo, dêsse amadorismo que possui outros aspectos tão decisivamente recomendáveis. A crítica eclética é a crítica irresponsável, que passa como passam as asas e as quilhas.

A crítica pessoal é a que vê os autores e não as obras. E naqueles o amigo ou o inimigo, segundo a terminologia tão em voga na doutrina política totalitária. O personalismo crítico pode ter uma forma elevada, mas parcial, quando apenas focaliza os autores em detrimento das obras. Sua face corrente, porém, é o favoritismo ou a má fé sistemática, que lhe tiram, de antemão, todo prestígio.

A crítica partidária é a caricatura de certas críticas superiores como a sociológica ou mesmo a metafísica. O conceito de grupo, de partido, está hoje muito em voga. E como vivemos em uma época passional, mítica e particularista—é corrente a tendência a erigir seu grupo, sua capelinha, sua escola em medida suprema de valor literário e tudo julgar de acôrdo com êsse fanatismo inicial. S o individualismo da modalidade anterior, transportado para o campo grupal coletivo. Já não é apenas o meu capricho em face dêste ou daquele autor, com quem simpatizo, ou antipatizo como se vê 110 personalismo crítico vulgar. É o meu grupo, são os meus amigos e eu, unidos em tôrno de certos preconceitos, que nos erigimos em medida de todos os valôres. Esse partidarismo crítico é também, freqüentemente, unia corruptela da critica sociológica quando o veneno político intervém, para pôr a crítica a serviço de uma paixão partidária, seja da oposição, seja do govêrno. Em regra, quando se faz crítica partidária na oposição, vai se fazer crítica oficial no govêrno, quando o nosso Partido triunfa.

Essa crítica partidária se apresenta, também, sob modalidade de crítica negativa e polêmica, que não julga de acôrdo com a justiça mas com o interêsse, ou a vontade de divertir certo público malsão.

A crítica gramatical, enfim, é a que julga de acôrdo com um padrão de pureza filológica mais ou menos largo, segundo a inteligência ou a estupidez do crítico. A estreiteza de espírito, a mesquinharia do estalão, é o pêso dessa crítica, que vai desde o “apito” mais ou menos ridículo dos que se gabam de ser “guardas-civis das letras” e vivem a julgar o valor das obras na base dos solecismos, reais ou imaginários, dos galicismos, dos desrespeitos às regras sacrossantas dos “mestres da linguagem”—até a hostilidade a tôda renovação dos idiomas ou a justa reação contra os que confundem originalidade autêntica com tapeação.

São essas, a meu ver, quatro modalidades inferiores de crítica, que faço o possível de evitar. As quatro modalidades superiores, mas parciais são: a estética, a sociológica, a psicológica e a moralista.

Enquanto as quatro inferiores partem da ausência de qualquer posição geral definida, em face da vida, essas outras representam a conseqüência consciente ou inconsciente, de uma filosofia geral da existência.

A crítica estética parte da supremacia da Arte. Para ela na hierarquia dos valôres, esta é situada acima de todos os demais, de modo a se colocar o artista para lá do bem e do mal. Foi no fim do século passado, com o parnasianismo e o simbolismo, que essa crítica estética teve o seu grande desenvolvimento, embora fôsse no romantismo e no surto da liberdade em arte que realmente tenha tido origem, o estetismo continua a ser, hoje em dia, com o modernismo, uma das modalidades mais importantes da crítica, senão a mais importante. Se houve uma revolução no conceito de beleza, não houve senão uma seqüência no seu primado como valor, em face de tudo o mais.

A crítica sociológica parte, não mais do primado da Arte, mas do primado da Sociedade. Foi com o naturalismo que essa modalidade de crítica nasceu, modernamente. Entre nós, foi a que animou a grande obra de Sílvio Romero ao passo que a crítica estética objetiva explica a posição de José Veríssimo. Quanto a Araripe Júnior, passou da crítica sociológica objetiva, dos seus primeiros ensaios, para a crítica estética subjetiva, de suas últimas produções. Essa crítica sociológica está hoje de nôvo em pleno foco tal a importância que os problemas político-sociais adquiriram em nosso tempo. Estamos assistindo entre nós, por exemplo, ao triunfo do esquerdismo, depois de um efêmero equilíbrio com o direitismo.

Pois bem, tanto num caso como no outro, vemos a crítica oscilar de acôrdo com a posição político-social dos autores. Vemos o repú­dio ao puro estetismo, à arte pela arte, à crítica pela crítica e a afirmação de que os valôres da Democracia ou da Revolução, com o esquerdismo triunfante, ou da Autoridade e da Naçao, com o direitismo moribundo (aquém do Prata...(1) que são os valôres supremos. A crítica, segundo essa atitude, deve colocar-se a serviço do Ideal Social. A Política e não a Arte é que passa a ser o supre­mo estalão de valôres. A travessia do Pruth passa a ter, para muitos da nova geração, uma importância mil vêzes maior que a leitura de Proust, que há vinte anos deslumbrou nossa própria geração, cansada, da outra guerra e por alguns momentos embalada no estetismo Morand-Giraudoux de 1920!

Creio ser, essa crítica sociológica, a que vai contar, em breve, com o maior número de adeptos, ao menos naquele campo da metafísica implícita, que também é, muitas vêzes, uma metafísica efêmera. Pois a primeira conseqüência de não tomarmos conheci­mento explícito de nossas atitudes profundas é fazer com que elas oscilem ao sabor dos acontecimentos. E amanhecermos amanhã sustentando pontos de vista totalmente opostos aos de ontem. É o que sucede, muitas vêzes, com a outra posição crítica que passamos a situar—o impressionismo.

É o nome mais corrente da crítica psicológica. Ainda hoje os nomes de Anatole France, de Jules Lemaitre, de Remy de Gourmont—que parecem aliás voltar de tempos imemoriais, de sombras cimerianas, depois de milênios de ausência, tal a profundidade do abismo de dor a que desceram a alma e o corpo da França— ainda hoje êsses velhos fantasmas deixam cair no coração dos críticos as palavras sedutoras com que os faziam transformar-se em outros tantos “Jardins de Epicuro”, em que a cultura das impressões estéticas, como de rosas do espírito, ocupa todo o tempo dos jardineiros hipersensíveis. Há nesse impressionismo crítico uma grande dose de verdade, enquanto crítica é meditação sôbre a beleza e esta um ato de visão em que a experiência profunda do nosso Eu é irredutível a qualquer sistema de Regras e Programas. Há também um culto da irresponsabilidade opinativa que se torna incompatível com uma atitude não meramente egotista perante o universo. A crítica psicológica e impressionista não será a que mais satisfaça as novas gerações, penetradas de preocupações políticas, revolucionárias ou tecnológicas. Mas, ainda é a que prevalece nos meios mais estritamente literários.

Temos finalmente, a critica moralista ou apologética que parte da primazia da moral para julgar as obras de arte em função do erviço que possam prestar ao progresso moral da humanidade ou mesmo ao triunfo da Verdade religiosa.

Por mais elevados que sejam os objetivos dessa crítica, também ela representa apenas uma face das coisas e deturpa mesmo a natureza da atividade estética. O moralismo-estético, aliás, é apenas o contra-êrro do imoralismo estético. Ambos se anulam como falseando as verdadeiras relações entre Arte e Moral, problema dos mais delicados e difíceis de solução prática e por isso mesmo dos que mais se prestam a extremismos contraditórios.

Nenhuma dessas formas de crítica superior, para nem falar das quatro anteriores, me parece corresponder à verdadeira posição de uma crítica que poderíamos chamar de autênticamente construtiva. Antes de indicar os pontos cardeais dessa crítica, desejo desde logo dizer que qualquer dessas formas críticas que não me satisfazem totalmente pode ser tratada de quatro maneiras—Com inteligência ou sem inteligência; com honestidade ou sem honestidade. Uma coisa não implica a outra, como qualquer pessoa de bom senso concordará.

Quando passo, portanto, a dizer qual a concepção crítica que gostaria de praticar ou antes que tentarei aplicar na medida de minhas fraquezas, não desconheço a possibilidade da inteligência ou da honestidade no êrro, bem como da estupidez ou da desonestidade, na verdade. Quando entendo haver uma forma crítica mais completa, e verdadeira—nem por sombra julgo estar em condições intelectuais de a realizar, como deveria ser realizada. É inútil acrescentar que a carência de espaço obriga a uma rigidez de expressão que só o tempo e as oportunidades poderão esclarecer. Limito-me às linhas mais gerais.

Cinco conceitos podem resumir os pontos fundamentais sôbre que deve assentar a meu ver, uma crítica construtiva: totalidade, hierarquia de valôres, originalidade, simultaneidade, autonomia.

A preocupação da Totalidade, de ver o mundo em todos os seus aspectos, deve ser a primeira preocupação do crítico. Nunca se fechar num recanto da verdade, mas encará—la por todos os lados. Creio, aliás, ser esta uma preocupação muito atual. Ires livros mais ou menos medíocres nesses últimos dez anos terão possivelmente representado, por algum tempo, a opinião mediana de uma época: o Livro de San Michele de Axel Munthe; O Homem, esse Desconhecido de Carrel e o Um Mundo de Willkie. Há um decênio, antes da guerra, a opinião média do público procurava o divertimento na literatura e o encontrava naquela xaropada divertida do nórdico transportado para o sol mediterrâneo. Há cinco anos, os sofrimentos da crise e da guerra em perspectiva faziam o Homem entrar em si mesmo e a verificação dos mistérios dessa humanidade, que lhe haviam ensinado estar para sempre totalmente desvendados, levaram-no a encontrar na obra do grande cientista francês um eco de sua própria inquietação antropológica.

Hoje, é o destino das nações que preocupa o homem da rua, que lê e não se limita a passar pelas coisas distraidamente. E no livro do político norte-americano vem encontrar alguma coisa dêsses dois sentimentos que se entrechocam no ambiente de hoje—o senti­mento da variedade dos problemas universais e o sentimento da unidade do homem nessa multiplicidade. O mundo é “um só”, dentro de sua pluralidade e tôdas as soluções que excluírem essa totalidade serão imperfeitas. O homem de hoje sente que as soluções parciais não podem satisfazer. Sente que anda no ar uma dissociação, um separatismo, um isolamento que não podem perdurar.

Essa sêde de totalidade pode ser falsamente satisfeita pelas soluções puramente políticas.

O maior dos erros modernos é o totalitarismo, por ser justamente a aparência de uma solução total. Esse totalitarismo é substancialmente falso porque arrasta a ruína da Liberdade. Mas não basta a Democracia Política para restaurar a Liberdade perdida. A sede de totalidade do homem “dissociado” de nossos dias só pode ser satisfeita por uma Mística real, isto é, pela integração da ordem natural na ordem sobrenatural. Poucos concordarão comigo. Para a maioria só são possíveis as místicas profanas. Mas a verdade pura é esta: para que os homens tenham mais felicidade, para que a Liberdade não seja uma palavra vã, para que a socie­dade seja mais justa, para que os ricos não esmaguem tanto os pobres, para que os fortes não tripudiem sôbre os fracos, não basta voltar ‘‘a um mundo só” E preciso subir a um ‘‘mundo outro”, que explique e seja a razão de ser do nosso. Haverá sempre “pobres” entre nós, O homem sofre sempre, em todos os regimes de vida. E só a ascensão pelas sete Beatitudes pode repousar o seu coração. Essa a “Totalidade” que deve estar na base de tôda atividade intelectual de nossos dias. E, por conseguinte, de “tôda atividade crítica”. A crítica ou o crítico não podem “viver no seu canto”, cuidando de suas atividades analíticas e profissionais relativas, com os olhos fechados para a vida. Precisa ter uma filosofia “total” da vida. E o único meio de não tornar absoluta a sua relatividade. E de a exercer, portanto, dentro de sua verdadeira natureza. A renovação da critica, enfim, está ligada à renovação da Cristandade, o problema maior de nossos dias, como de todos os dias. Pois a decomposição da Cristandade se opera a cada minuto. Como a cada momento podemos, ou não renová-la.

Vejo a crítica, pois, como um recanto particular de uma filosofia total da vida, que inclui o Tempo e a Eternidade, o homem e Deus. A crítica que entendo fazer se baseia, pois, numa Metafísica Cristã. E essa metafísica não repudia valor algum. Procura, ao contrário, colocar cada qual no seu lugar. Daí o segundo fundamento dessa crítica: a hierarquia de valóres.

Essa hierarquia—Arte, Ciência, Filosofia, Religião—por sua vez se estende, nao numa subordinação absoluta de valôres e sim numa disposição orgânica, pois a realidade é sempre um conjunto e tôda dissociação implica uma diminuição da vida, em suas condições profundas.

Essa organicidade supõe, por sua vez, a simultaneidade de todos os elementos em jôgo. Todos convivem e atuam reciprocamente uns sôbre os outros. Não é possível, senão artificialmente, isolar os elementos e desconhecer a sua simultaneidade. Arte, Ciência, Filosofia, Religião são apenas pontos de vista relativos de um Conjunto, cujos elementos dinâmicos se encontram em perene reciprocidade de ação.

Finalmente, o que essa distribuição de valôres nos ensina é a autonomia relativa de cada um dêles. Nenhum anula o outro. Nenhum pode arrancar o outro à sua colocação no conjunto. Os valôres estéticos, que são os que aqui diretamente nos interessam, possuem, portanto, completa autonomia. São valôres que se explicam por si mesmos. Que têm o seu fim em si mesmos. Uma obra de arte existe, pois, como tal, e não como obra religiosa, política, científica ou moralizante. Não pode, por sua vez, dissociar-se da totalidade dos demais sêres. A arte pela arte é um contra-senso. Mas a arte, para êste ou aquêle fim ainda é um contra-senso maior. A crítica é uma meditação desinteressada sôbre as obras de arte, seus autores e seu ambiente. E portanto, uma atividade essencialmente livre. Até certo ponto, uma aventura do espírito, uma interrogação, uma experiência, uma tentativa de recriação da obra criada. O crítico é apenas um autor em segunda potência. E quando, há muitos anos, tanto insisti no expressionismo crítico, era justamente para acentuar essa posição criadora do crítico, limitada pela sua matéria própria: a obra, o autor, o ambiente. Não há, pois, a bem dizer, uma crítica cristã ou uma crítica social, ou uma crítica impressionista. Há críticos cristãos, sociólogos ou impressionistas, que fazem ou não, crítica livre. Essa crítica, livre de todo preconceito, é que entendo fazer. Uma filosofia da vida não é um preconceito: é um pós-conceito, uma afirmação de—ser homem.

Procuro, como cristão, e como trinitário, isto é, católico, fazer crítica desinteressada e livre. Crítica justa. Penso que a crítica não é uma atividade que possa desligar-se de uma filosofia da vida. Mas tampouco é por si, uma filosofia, ou um partido, ou um sistema, O essencial é sabermos preservar a nossa liberdade, a nossa honestidade, a nossa lucidez, na base do cumprimento do dever essencial de tôda a crítica:—a obediência à obra, ao autor e ao ambiente, re-pensados e re-sentidos pelo crítico, O essencial é saber manter a independência da critica, sem dissociá-la dos grandes problemas sociais e metassociais, particularmente da renovação perene da Cristandade, que é a renovação constante, em nós e nos outros, do Caminho, da Verdade, da Vida.

Essa a crítica construtiva e total que tento fazer, nos limites das fracas disponibilidades que Deus me concedeu.

Justiça absoluta para com tôda realidade literária, por mais contrária que seja às minhas próprias convicções.

Franqueza absoluta na expressão dessa recriação literária que éa atitude formal dessa atividade meditativa sôbre a literatura.

Cuidado de nunca me deixar prender por um ponto de vista unilateral, nem mesmo o do plano superior do julgamento.

Eis aí algumas indicações, para que autores e leitores possam, com tôda liberdade e, naturalmente, com tôda lealdade, fazer com o crítico o mesmo que êle pretende fazer com os criticados...

1. Inútil dizer que isso foi escrito em 1944. .—N. do A., 1969.